jueves, 19 de julio de 2012

Curso de Librería (Fernando San Basilio)

A veces, una novela deliberadamente pequeña puede darnos una satisfacción insospechada. No crecer más allá de los límites que alegre, desacomplejadamente asume, sino regocijarnos en su pequeño, pulcro y bien construido universo. Así sucede con este Curso de Librería, del joven Fernando San Basilio, novela tan inefablemente simpática como irresistiblemente amarga. Una tragicomedia de bordes acolchados, escrita -y leída- con ligereza, que, sin elevarse nunca de su propuesta inicial, despierta en el lector una sonrisa que se mantiene con solvencia hasta la última página.

El argumento es simple, casi minimalista, y se circunscribe a un tiempo (los meses escasos que dura un curso de formación ocupacional de la Comunidad de Madrid), un escenario (la vulgar academia donde se imparte y las calles adyacentes del tan conocido, tan literario centro de la capital) y unos personajes (el disparatado grupo de desempleados de variado pelaje y condición que, no teniendo nada mejor que hacer, integran un alumnado perezoso, incomprensiblemente renuente a formarse en una profesión tan prometedora y llena de prestigio social como la de librero). Y he aquí el absurdo irresistible, esencial que lo envuelve todo: nos encontramos ante un curso de formación ocupacional que trata de formar a sus alumnos en algo que, por un lado, no es una profesión sino un oficio, que por tanto no se puede enseñar (no al menos de manera reglada), y, además, y sobre todo, no da absolutamente (absolutamente) ningún acceso al mundo laboral. Justo como cierta carrera universitaria de la que no quiero acordarme...

Sin embargo, los muy diversos módulos y micromódulos, visitas guiadas y demás lecciones, teóricas o prácticas, que a duras penas consiguen maquillar el vacío esencial de la materia en cuestión, serán impartidas con ampulosidad y grandilocuencia, las más altisonantes promesas por parte del parco profesorado- dos personas no menos desubicadas, no menos losers, no menos entrañables que los parados casi vocacionales a los que tratan de enseñar- que pastorean, por decir algo, este grupo inverosímil, sin mayor característica en común que la de coincidir en ese minúsculo, insignificante punto del espacio, el tiempo y la condición laboral. Como cualquier grupo humano, por otra parte, que haya sido reunido por los débiles hilos del azar.

Ese carácter azaroso, unido a una creciente sensación de absurdo, conforman la textura fundamental que envuelve estas páginas. Cualquier lector (cualquiera, al menos, que no haya abandonado los estudios demasiado pronto) reconocerá perfectamente esa sensación, que le traerá a la memoria tardes interminables dormitando en un aula, arrullado por el mar de fondo de las palabras de este o aquel docente, despertando de vez en cuando sólo para preguntarse, inevitablemente, qué c*****s está haciendo allí, qué sentido tiene aprender tal o cual conjunto de memeces, qué sentido tiene, al cabo, la vida entera...

Quizá esté exagerando (sólo quizá), pero lo que quiero poner de manifiesto es lo bien que refleja este libro ese halo de absurdo que nos acompaña y se nos pega a la piel y es parte fundamental de nuestra existencia durante la época de formación (de formación reglada, quiero decir, porque la otra dura toda la vida). Ese simulacro de aprendizaje, esa farsa consentida a la que alegremente se entregan estos parados no demasiado convencidos, en el fondo, de querer dejar de serlo. Otro elemento inmejorablemente reflejado es precisamente el casting de personas tan distintas, que abarcan todo el amplio espectro del desempleo, y que sólo un aula de formación ocupacional podría reunir -brevemente- bajo un mismo techo. Esa leve hilazón se deja sentir en las muy laxas relaciones que se establecen entre ellos durante esos pocos meses, que, al acabar, no dejan huella en casi ninguno de los protagonistas, si acaso un levísimo poso de melancolía con que el narrador -quizá el único actor realmente convencido de su papel en ese teatro de las apariencias- cierra las últimas páginas.

El resto es nada, menudencias, hechos cotidianos, vida apenas. Nada importante sucede en esos meses, ni grandes aventuras, ni tristezas inenarrables, ni amores más grandes que la vida... Ni siquiera la muerte, cuando hace su aparición, consigue desprenderse de ese aire de levedad, casi de chiste. Todo se cuenta, en resumen, tal cual es, sin maquillajes ni afeites. Es esa honradez esencial, unida a la irresistible, subterránea comicidad de la narración (salpimentada por unas pocas gotas de ternura, ternura hacia ese grupo de desarrapados y parias varios) lo que hace de ésta, si no una lectura inolvidable, sí una experiencia más que satisfactoria. Prolongada, intuyo, en las dos obras siguientes de San Basilio, Mi gran novela sobre La Vaguada y El joven vendedor y el estilo de vida fluido, en las que un protagonista innominado (como el de Curso de Librería) prosigue su errático caminar por la vida como librero y eterno aspirante a escritor...

Algo que, menuda casualidad, también me suena.


El autor, tan ancho


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