lunes, 30 de abril de 2012

Las fuentes perdidas (José Antonio Cotrina)

Concluyo agotado y maltrecho, casi tanto como los protagonistas, esta odisea por el mundo oculto, 350 páginas que, como a veces sucede, han semejado ser muchas más, desplegándose a lo largo de meses de lectura inconstante, necesitada de frecuentes descansos. Así de tremebunda es la cosa. La novela de Cotrina es casi irreprochable, pero peca por exceso: todo es demasiado tremendo, los personajes son tironeados de una a otra aventura hasta llevarlos al límite de sus fuerzas... Es como, perdonen la comparación más que friky, un episodio de Los Caballeros del Zodiaco: después de cada combate, tras perder litros y litros de sangre, el personaje se pone en pie y corre hacia el siguiente enfrentamiento, aún más terrible. En fin, respirando hondo y recuperando el resuello, puedo hablar de las virtudes de esta novela, fundamentalmente la visión riquísima de un mundo oculto que, si bien hecho de múltiples influencias, consigue sonar realmente original. Me gusta particularmente el matiz tenebroso que le da Cotrina, poblándolo de entidades terroríficas, panteones oscuros, nigromantes que parecen supervillanos de cómic, magia de la sangre... Todo ello conforma un sentido de la maravilla de brillos más bien sombríos y filiación barkeriana (por Clive Barker), pero no menos deslumbrante. Junto a esto, cabe destacar el plantel de infortunados personajes a los que Cotrina maltrata con sadismo de autor omnipotente y más bien malaleche; entre ellos, el descubrimiento de ese Delano Gris que supera la inicial e inevitable comparación con John Constantine (¿un John Constantine a la vitoriana?) para acabar desarrollando una identidad propia y fascinante. En resumen, un viaje duro y desapacible por un mundo oscuro poco hospitalario, en el que sentirán el sabor del polvo del camino (y, a menudo, de la sangre en los labios) a cada kilómetro de horrores y maravillas sin fin.

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