jueves, 9 de agosto de 2012

Elsewhere (William Peter Blatty)

¿Hay algún subgénero dentro de la literatura de terror más gozoso, más lúdico y desprejuiciado, más inmediatamente disfrutable que la novela de casas encantadas? Seguramente no... Y es que, desde los ya lejanos tiempos de la ghost story victoriana y eduardiana -esa época en la que, según Rafael Llopis, el lector ya no cree en la existencia de los fantasmas, pero los fantasmas, por escrito, siguen dando miedo- las ficciones "del otro lado" han mostrado una marcada tendencia a la ligereza, al mero jugueteo intelectual, divertimento de diletantes contando historias en torno a la chimenea en una noche de tormenta... Y así es este Elsewhere, novela reciente del autor de la famosísima El exorcista, que se presenta como una lectura breve, sin pretensiones y ciertamente mucho menos tremebunda que la tan conocida historia del padre Karras y la rebelde niña Regan. Y, desde luego, mucho más simpática.

Después de mi anterior incursión en el género, Crude sunlight, una historia mortalmente seria en tonos lúgubres que también versa en torno a las presencias -o ausencias- nunca del todo en uno u otro lado, este Elsewhere me ha permitido desengrasar y echar unas cuantas risas con su disparatado elenco protagonista, un cuarteto de personalidades de muy variado pelaje que confluyen en la mansión encantada que da título a la novela con la no tan sana intención de desencantarla, para poder venderla por una elevada suma una vez quede probado que ninguna entidad indeseada molestará a los futuros propietarios obligándolos a compartir piso. Hay aquí de todo: el típico profesor universitario experto en fenómenos poltergeist, la vidente frágil y quebradiza de inequívoca procedencia británica, la agente inmobiliaria sin escrúpulos que obtiene un placer casi sexual con sus pelotazos urbanísticos, y el escritor escéptico y amanerado contratado para certificar con su pluma -perdonen el juego de palabras- que la casa está totalmente libre de ectoplasmas coñazo. El juego de caracteres entre estos personajes es, probablemente, lo mejor del libro, con diálogos a menudo desternillantes que, en la mejor tradición del género, sirven de contrapunto a la introducción paulatina de un mal que se va colando insidioso entre tanta algarabía...

Y es que, por mucha ligereza que destile la narración, hay que dejar claro que no está exenta de una modesta pero convicente ración de escalofríos, también, todo hay que decirlo, siguiendo paso por paso las convenciones del género... Y, enseguida, los atisbos de algo más que parece ocultarse en la casa, los ruidos y crujidos con los que ésta parece reconfigurarse a sí misma, los extraños olvidos que cada vez se ceban más en los personajes, y, sobre todo, esa molesta sensación de déjà vu que los va venciendo con el paso de las jornadas... Todo ello va creando una creciente atmósfera de amenaza que, en ocasiones -sólo en ocasiones- consigue helar la sonrisa en el rostro del lector.

Detalle de la fachada de Elsewhere. Mieeeedoooo....

Y ahora, quienes no gusten de los spoilers (o quienes, simplemente, pretendan leer este libro), quedan amablemente advertidos de deponer la lectura en este punto. No voy a contar el final de la novela, ni mucho menos, pero cualquier lector atento y maleado por tantas ficciones como yo, lo adivinará grosso modo sin mayor problema en las siguientes líneas. Y es que yo mismo adiviné la sorpresa final, la vuelta de tuerca jamesiana, mucho antes de lo que, me temo, el autor habría deseado. A ello contribuye el visionado previo de dos cintas de terror ya clásicas, El sexto sentido (1999) y Los otros (2001), prácticamente contemporáneas de la escritura de este libro, y que redefinieron, más que el género de terror, la actitud del lector-espectador ante él, disponiéndolo a entablar un juego de ingenio con el autor en el que, pronto, éste llevaría todas las de perder. Y es que es muy difícil repetir por tercera vez el impacto del mismo truco de prestidigitador que nos dejó totalmente embobados la primera vez, moderadamente engañados la segunda... Y que ahora, ya unos añitos después, resabiados como estamos, apenas consigue pintarnos una sonrisa de listillos mientras pensamos "¡¡lo sabía!!". Y no diré más...

"Me he quedado contigo, lector". "Sí, William, sí..."

En resumen, una lectura menor pero francamente simpática, que vale por todas las sonrisas -y el puñado de escalofríos- que provoca. Lo cual, para un lector fundamentalmente hedónico como yo, es más que suficiente. Por cierto, no se pierdan el final-final (más allá de los fuegos de artificio cuando se revela el misterio de la historia), en el que el autor, tras despedirse de sus personajes con un cariño que el lector inefablemente comparte, pinta una última escena teñida de una leve, encantadora tristeza, que lo muestra capaz de más altas metas literarias. Quizá haya que leer, aun tan tardíamente, El exorcista.