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Simpática nadería ("divertimento", en palabras de su autora) que se lee con
indudable agrado, por parte de una de esas jovencísimas autoras francesas a las
que estos días frecuento (literariamente, se entiende). Consiste en un extenso
monólogo que una bibliotecaria de mediana edad le endosa por las buenas a un
presunto lector que se ha quedado encerrado la noche antes en la biblioteca (lo
de
presunto va porque no hay manera de
comprobar si este lector existe realmente -el libro no le da voz ni gestos salvo
los implícitos en las respuestas de la bibliotecaria a sus contados conatos de
protesta ante lo que se le viene encima- o, más probablemente, es apenas una
proyección imaginaria que inventa la funcionaria como excusa para
descargarse verbalmente). Precisamente la
soledad es uno de los ejes que vertebran ese discurso apasionado, seguramente
fruto de tanta abstinencia (de nuevo verbal, pero fácilmente ampliable a todos
los ámbitos de la comunicación, también al sexual); discurso que divaga entre
mil temas, comenzando por un repaso desordenado a la historia de las bibliotecas
y las clasificaciones de libros (discurso caro a quienes estudiamos
Biblioteconomía, que leeremos con una sonrisa en los labios)... Pero que poco a
poco comienza a deslizarse hacia materias y visiones mucho más personales, hasta
adoptar, ya cerca del final, argumentos claramente surrealistas y algo
alucinados que, no tan paradójicamente, son lo más interesante del libro. Por el
camino queda el retrato de un personaje curioso, multifacético, una de esas
bibliotecarias medio enajenadas a las que no te gustaría encontrarte al final de
un pasillo oscuro entre estanterías llenas de libros, a esa hora en que la
biblioteca se vacía y no queda nadie para oir tus gritos... Exagero (pero no
tanto); también es un retrato de una fragilidad largamente sostenida, amparada y
envuelta en mil coartadas intelectuales (casi tantas como libros hay alrededor
de esta mujer sola), y relacionada, cómo no, con una necesidad de amor tan
postergada. La nada cotidiana, como esa signatura 400 que la Clasificación
Decimal Universal de Dewey deja sin utilizar, vacía de contenido, yerma; como
tantas vidas, propias y ajenas.
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La Divry, en cuestión. Para nada la imagen arquetípica de una bibliotecaria... Prohibido enamorarse. |
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