El arte de la novela corta es elusivo, difícil,
muy similar al del relato. Se trata de podar casi todo salvo lo
esencial, y aun esto contarlo de manera velada, como en sordina. Algo
así sucede en esta novela, perfectamente inocua, que da para dos tardes
de lectura vagamente entretenidas. La idea de partida -un librero que se
enamora de una ladrona de libros- resulta simpática, como simpático es
el tono y la ligereza con que se cuenta la mayor parte de la historia,
que pretende caminar por los derroteros del delirio amoroso, pero que en
mi opinión se queda apenas en enajenación transitoria. Algunas ideas
levemente sugeridas -como la existencia de una peculiar cofradía de
seres que viven únicamente "por y para los libros", o el iluso
enamoramiento preñado de literatura al que, ay, somos tan proclives los
letraheridos- despiertan un poco el interés, pero todo ello está apenas
apuntado, como contado con pudor, siguiendo esa máxima literaria -con la
que nunca estuve de acuerdo- del "menos es más". Quizá es que necesito
algo más de carne en las historias que pasan delante de mis ojos, porque
si no se me desvanecen entre los dedos. Aunque sé que en esto voy
contracorriente. Así las cosas, no soy capaz de decidir si he leido un
buen libro o no. Lo que sé es que lo olvidaré en cuanto lo guarde en mi
estantería.
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