No hablaré de decepción, pero quizá sólo por el
natural respeto a las vacas sagradas de esto a lo que, en el fondo, uno
se quiere dedicar. Después de un primer relato magistral ("El otro"), el
resto de este libro de arena me ha sabido a poco, es más, me ha sabido
algo insípido. Entre ideas no particularmente sugerentes, o exploradas
sin la necesaria audacia ("El Congreso", "El libro de arena"), mi
lectura ha discurrido por un caudal demasiado tranquilo, demasiado
parecido a la indiferencia. A ello contribuye la por lo demás
irreprochable prosa de Borges, todo un ejemplo de pulcritud, serenidad y
precisión, pero, para mi gusto, algo carente de sobresaltos, de nervio
narrativo. El pastiche lovecraftiano ("There are more things") me ha
arrancado una sonrisa, pero una vez más me hubiera gustado un mayor
desarrollo. Los cuentos de sabor mítico, al estilo de las leyendas
nórdicas, me parecen resultones, pero poco más. Sólo un relato, además
de "El otro", me ha maravillado: "Utopía de un hombre que está cansado",
toda una joyita de ciencia-ficción poética e intimista, con unos
presupuestos filosóficos a los que además soy muy afín. En resumen,
Borges me ha parecido, en este primer -y tardío- acercamiento, un
escritor "para bibliotecarios" (obsérvese la ironía); sus cuentos son
perfectos para mentes serenas, analíticas y digresivas, que gustan de
hacer metafísica cómodamente acolchadas en un sofá. En la eterna
dicotomía Borges-Cortázar, me sigo quedando con el de Bruselas; quizá es
que para mí la literatura ha de llevarme en volandas como una montaña
rusa, no como un tranquilo tren de provincias. Con todos los respetos.
Ardides para engañar al tiempo y vivir otras vidas, con muchas hojas o en tinta electrónica, y, a ser posible, con dibujitos.
lunes, 30 de abril de 2012
Cadáver exquisito (Pénélope Bagieu)
La Bagieu. Me estoy haciendo devoto de las autoras francesas... |
Severina (Rodrigo Rey Rosa)
El arte de la novela corta es elusivo, difícil,
muy similar al del relato. Se trata de podar casi todo salvo lo
esencial, y aun esto contarlo de manera velada, como en sordina. Algo
así sucede en esta novela, perfectamente inocua, que da para dos tardes
de lectura vagamente entretenidas. La idea de partida -un librero que se
enamora de una ladrona de libros- resulta simpática, como simpático es
el tono y la ligereza con que se cuenta la mayor parte de la historia,
que pretende caminar por los derroteros del delirio amoroso, pero que en
mi opinión se queda apenas en enajenación transitoria. Algunas ideas
levemente sugeridas -como la existencia de una peculiar cofradía de
seres que viven únicamente "por y para los libros", o el iluso
enamoramiento preñado de literatura al que, ay, somos tan proclives los
letraheridos- despiertan un poco el interés, pero todo ello está apenas
apuntado, como contado con pudor, siguiendo esa máxima literaria -con la
que nunca estuve de acuerdo- del "menos es más". Quizá es que necesito
algo más de carne en las historias que pasan delante de mis ojos, porque
si no se me desvanecen entre los dedos. Aunque sé que en esto voy
contracorriente. Así las cosas, no soy capaz de decidir si he leido un
buen libro o no. Lo que sé es que lo olvidaré en cuanto lo guarde en mi
estantería.
Las fuentes perdidas (José Antonio Cotrina)
Concluyo agotado y maltrecho, casi tanto como los
protagonistas, esta odisea por el mundo oculto, 350 páginas que, como a
veces sucede, han semejado ser muchas más, desplegándose a lo largo de
meses de lectura inconstante, necesitada de frecuentes descansos. Así de
tremebunda es la cosa. La novela de Cotrina es casi irreprochable, pero
peca por exceso: todo es demasiado tremendo, los personajes son
tironeados de una a otra aventura hasta llevarlos al límite de sus
fuerzas... Es como, perdonen la comparación más que friky, un episodio
de Los Caballeros del Zodiaco: después de cada combate, tras perder
litros y litros de sangre, el personaje se pone en pie y corre hacia el
siguiente enfrentamiento, aún más terrible. En fin, respirando hondo y
recuperando el resuello, puedo hablar de las virtudes de esta novela,
fundamentalmente la visión riquísima de un mundo oculto que, si bien
hecho de múltiples influencias, consigue sonar
realmente original. Me gusta particularmente el matiz tenebroso que le
da Cotrina, poblándolo de entidades terroríficas, panteones oscuros,
nigromantes que parecen supervillanos de cómic, magia de la sangre...
Todo ello conforma un sentido de la maravilla de brillos más bien
sombríos y filiación barkeriana (por Clive Barker), pero no menos deslumbrante. Junto a esto, cabe destacar el
plantel de infortunados personajes a los que Cotrina maltrata con
sadismo de autor omnipotente y más bien malaleche; entre ellos, el
descubrimiento de ese Delano Gris que supera la inicial e inevitable
comparación con John Constantine (¿un John Constantine a la vitoriana?)
para acabar desarrollando una identidad propia y fascinante. En resumen,
un viaje duro y desapacible por un mundo oscuro poco hospitalario, en
el que sentirán el sabor del polvo del camino (y, a menudo, de la sangre
en los labios) a cada kilómetro de horrores y maravillas sin fin.
sábado, 28 de abril de 2012
Shortcomings (Adrian Tomine)
The city and the city (China Mieville)
Que el autor de Perdido street station es uno de los grandes renovadores del género fantástico es algo que ya no se le escapa a casi nadie. The city and the city es una novela negra (con todo el sabor del noir
clásico, arrancando con el descubrimiento de un cadáver) ambientada en
ciudades oscuras: dos imaginarias ciudades-estado de la Europa oriental
que comparten el mismo espacio físico, estando infinita y
laberínticamente entrelazadas, interrumpiéndose la una a la otra en cada
calle o plaza... Y, por una suerte de ley no escrita o tabú social
-impulsado por oscuros poderes en la sombra-, obligando a los ciudadanos
de ambas a ignorarse mutuamente, a no verse
unos a otros. En un autor tan de izquierdas como Miéville esto puede
tener muchas lecturas políticas, incluso referirse metafóricamente a
situaciones reales históricamente (se ha sugerido el Berlín reunificado,
pero yo pienso más en el avispero de los Balcanes). Da igual: el
resultado es delicioso, teñido de una atmósfera que bebe tanto de Kafka
como de Dark City, con unos Ocultos
adecuadamente estremecedores. Al final, la investigación del asesinato
es lo de menos; la ciudad (las ciudades) cobran todo el protagonismo de
esta sugerente y original novela, que espero tenga continuación (de
momento, lo que sí tendrá será traducción al español, en 2012).
El horizonte (Patrick Modiano)
Los libros de Patrick Modiano (quizá sería mejor
decir el libro único que Modiano va tejiendo, novela a novela) se
parecen mucho a la felicidad. Como ésta, están compuestos de intuiciones
vagas, sutiles, inasibles; transcurren en un limbo nebuloso, un poco en
precario, en el que, parece, todo podría echarse a volar al menor
descuido. La sensación de pérdida anticipada, de paraíso a punto de
extinguirse -y, sin embargo, recuperable en el espacio estricto de la
lectura, que es, para Modiano, el espacio de la memoria- impregna estas
páginas de manera rotunda, y a la vez tan etérea, tan difícil de
definir. Modiano es un mago de lo invisible, lo implícito, lo no dicho
porque no hace falta usar palabras cuando se cuenta una historia de amor
irrepetible, es decir, como todas (léase esta frase cambiando de orden
los adjetivos, se verá que no cambia el sentido). Así, evita los lugares
comunes, que deja a la inteligencia del lector, y se centra en su
obsesiva -y a la vez laxa, casi indolente- recreación de los vericuetos
de la memoria, la imposible -y sin embargo irrenunciable- recuperación
de lo vivido, el convencimiento de que nunca llegamos a entender nada ni
a conocer a nadie, felizmente encarnado en esas mujeres enigmáticas que
un día lejano uno conoció (o creyó conocer), amó y perdió enseguida, y
que pueblan y encantan los libros del autor francés. Al final, queda la
sensación de fragilidad, la imposibilidad de encontrar asideros firmes
en la vida, sensación -una vez más- inmejorablemente encarnada en los
continuos vagabundeos por el infinito dédalo de calles de ese París
inagotable e incognoscible que es, en los libros de Modiano, un
personaje más. Pues, como esa ciudad infinita, vieja y a la vez nueva,
la vida no es sino añadir calles a un esquema antiguo y ya olvidado,
buscando un orden imposible al que, cómo no, no podemos sino aspirar.
Lean a Modiano, y me entenderán. Pero cuidado: es un autor adictivo.
viernes, 27 de abril de 2012
Pórtico (Frederik Pohl)
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El caso es que sí, el tiempo y las derrotas (también puede uno acumular derrotas como lector) me han llevado a admitir, mal que me pese, que las palabras de mi amigo se pueden aplicar perfectamente a una buena parte (¿la mayor?) de los más venerados clásicos de mis muy queridos géneros de la imaginación... Incluyendo este "Pórtico" del que, como se suele decir, he venido a hablar (y llevo ya tres párrafos sin entrar en materia). Sinceramente, leer un libro a estas alturas únicamente por los "valores intrínsecos del género" me resulta complicado, ahora que la lectura no debe ser militante sino únicamente hedónica... Y coleccionar clásicos como quien se cuelga medallas (también hay una meritocracia lectora) tampoco es estímulo suficiente, dado que la ilusión de acumular un conocimiento enciclopédico (siquiera de un solo y joven género literario) se ha desvanecido con los años y la ilusión de inmortalidad. ¿Entonces?...
Pórtico no es un mal libro, ni muchísimo menos; no es despreciable desde el punto de vista literario, que de hecho cuida más que buena parte de los libros de su género. Simplemente es... sí, usaré la palabra maldita: mediocre. Para quien no conozca el argumento (pocos de mis lectores, supongo), narra las desventuras de Robinette Broadhead, un prospector, casta de aventureros de frontera en un futuro de escasez que arriesgan su vida en vuelos a lo desconocido, a lomos (es un decir) de naves espaciales pertenecientes a una civilización extraterrestre largo tiempo ausente de nuestro sistema solar... La Pórtico del título es un asteroide donde se conserva una base de dicha raza alienígena (los Heechees), en la que cientos de naves duermen un sueño de siglos esperando que un prospector (o un grupo de tres o cinco prospectores, pues ésta es la capacidad de las naves) se embarquen en un vuelo incierto a un lugar a priori desconocido del cosmos; pues las naves tienen piloto automático y no se puede modificar su rumbo, por lo que pueden llevarlo a uno a un descubrimiento que lo haga inmensamente rico o... a una muerte horrenda.
Robinette fue, vio y venció; pero no a un precio bajo... Desde el presente, y a través de sus sesiones de psicoterapia con su psiquiatra computerizado (una inteligencia artificial implacablemente sagaz, con la que mantiene una relación tan humana de amor-odio), Robinette evoca su tiempo en Pórtico, las diversas misiones en que se embarcó, el conflicto entre el miedo y la desesperada necesidad de crédito que le lleva, muy a su pesar, a arriesgarse en sucesivos vuelos a ciegas... Y también, y quizá sobre todo, la historia de amor con una compañera prospectora, historia condenada a un ¿final? impensablemente atroz.
La novela se centra en estos detalles, digámoslo groseramente, humanos, más que en el previsible elemento de exploración y atisbo maravillado de un cosmos misterioso y desconocido, que, en manos de un autor más convencional que Pohl, habría sido probablemente el único eje de interés de la narración. Pohl es un escritor más dotado y sutil que la media de sus correligionarios, y en consecuencia desvía de manera inteligente el foco de los elementos más convencionales de la historia para facilitarnos un enfoque esquinado, heterodoxo, más emparentado con la novela de culpabilidad semítica de un Philip Roth de los 70 que con las historias "de navecitas espaciales" de la más arquetípica ciencia-ficción. El caso es que algo así, en principio meritorio y acreedor de una especial atención por mi parte (siempre he preferido la ci-fi menos típica, incluso underground, a los modelos más sagrados del género), no termina de funcionar. O no termina de funcionarme.
Sinceramente (primera confesión vergonzante): esta vez hubiera preferido algo más sota-caballo-rey. Comencé la lectura de esta novela a la búsqueda de (perdonen por autocitarme) ese atisbo-maravillado-de-un-cosmos-misterioso-y-blablabla del que antes hablaba, ese valor intrínseco del género que un planteamiento como el de "Pórtico" indudablemente prometía. No es que no haya sentido de la maravilla en la narración de los (pocos) viajes en los que el bueno de Robinette acaba enrolándose, pero... de alguna manera, no es ese el interés primordial de Pohl, lo que se traduce en una desatención casi negligente a los aspectos técnicos del viaje, los descubrimientos, rutinarios o no, que hacen los prospectores... Todo ese elemento de, digamos, arqueología espacial (arqueología de lo maravilloso) que en manos de, por ejemplo, un Jack McDevitt, sería el eje fundamental de la historia.
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Sólo (rindiendo homenaje a mi amigo) un clásico de la ciencia-ficción... y una novela mediocre. Así que, en resumen, devuelvo el libro a la estantería, hago una muesca más, me cuelgo otra medalla, y me pregunto como tantas veces al culminar un libro por el sentido profundo de la lectura; qué buscamos -qué buscamos realmente- al embarcarnos en un libro tras otro, en una sucesión interminable y sin final posible -al menos sin otro final que la muerte- que tanto se asemeja a una carrera hacia ninguna parte... Y, sinceramente, cada vez me cuesta más encontrar la respuesta.
Hasta el próximo libro que me deslumbre y me encienda la mirada, que gustosamente compartiré con ustedes aquí...
La camarera (Markus Orths)
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Agencia de viajes Lemming (José Carlos Fernandes)
El autor de la serie de cómic La peor banda del
mundo sigue en esta obra, publicada en el clásico formato de tiras
diarias en un periódico, una línea absolutamente continuista, desplegando de
nuevo su universo tan personal y, a la vez, tan fácil de descomponer en
influencias palmarias. Así, Italo Calvino (el Calvino de Las ciudades invisibles), Borges y Kafka,
aliñados con unas gotas de Ballard y algunas esencias de Lem, vuelven a ser los
demonios tutelares de este catálogo de lugares exóticos y a la vez tan
reconocibles, hilados en la cháchara de un imposible agente de viajes que trata
de convencer de lo maravilloso de los destinos que oferta a un cliente
particularmente remiso. La peculiaridad de estos destinos es que hacen de lo
minúsculo e irrelevante, lo
infraordinario (como lo llamaría Georges Perec) la materia fundamental de
su maravilla, plagando estas ciudades de museos a la banalidad, estatuas al
tedio y monumentos al sinsentido. El tono es así levemente surrealista, con un
regusto metafísico, apoyado en unos textos certeros y plenamente literarios. El
dibujo engañosamente sencillo se tiñe de ocres y sepias que realzan la pesadez
de existencias basadas en el absurdo, que desfilan ante los ojos del lector con
una ligereza, a veces con una alegría, que no oculta la intención crítica del
autor, expresada en el tremebundo final cuasi bíblico. Es éste un mundo habitable, hecho de disolución y de nada, y
por tanto inefablemente seductor. Si bien le falta la rotundidad de algunos
episodios de La peor banda del mundo, esta Agencia de viajes Lemming es, al
cabo, la que a este lector le gustaría encontrar en su ciudad a la vuelta de
cualquier esquina...
Signatura 400 (Sophie Divry)
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La Divry, en cuestión. Para nada la imagen arquetípica de una bibliotecaria... Prohibido enamorarse. |
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